2023
Lithograph
11 x 14 cm
Fanzine created in the comic workshop led by Powerpaola at La Diligencia Libros in Bogotá, Colombia.
I felt like I was traveling back in time. It’s a residential neighborhood that seems to have been built in the 1960s or 1970s. All the houses are painted on white, gray, or faded pastel colors. The paint looks cracked, some have broken windows, and you can see cars stored in the garages on the ground floor. Every house, without exception, has bars with different designs—diamonds, lines, abstract geometric patterns—that block the view inside or reveal certain details about the people who live there.
The plants and trees also caught my attention because they made me feel calm as I walked through some streets in the El Polo neighborhood, where I saw only pigeons, people walking their dogs, and trash bags left by the streetlights.
I also remember store signs with distinctive typography, campaign posters for Bogotá mayoral candidates, and traffic signs with warnings that prohibited parking, truck traffic, or dangerous turns.
Although I didn’t feel a rush in the streets while walking, the cars gave me a sense of urgency. Mónica accompanied me on the walk, offering encouragement about the upcoming changes, while also sharing her own worries and uncertainties. We talked about the chance encounter that led us to meet Power Paola and connect through a workshop. It’s a refuge to be in a place with people united by autobiographical experiences.
My impression of El Polo is that spending a brief time on its streets felt like traveling to the past. Most of its houses have shifted from residential to commercial use. Many now seem like echoes of what they once were, having transitioned from domestic to productive spaces, much like what’s happening in other parts of the city.
These nostalgic houses and streets are changing their function or disappearing, forced to adapt or be demolished, just like us humans.
Me sentí en un viaje al pasado. Un barrio residencial que pinta ser construido en los años sesentas o setentas. Todas las casas tienen colores blancos, grises o pasteles desteñidos. La pintura luce agrietada, unas tienen vidrios rotos, se ven carros guardados en los garajes que están en la primera planta de la casa, y todas, todas tienen rejas de distintos diseños; rombos, líneas, composiciones geométricas abstractas, con la función de bloquear la mirada al interior o de develar algunas cosas que hablan de quienes las habitan.
También me llamó la atención las plantas y los árboles porque me hicieron sentir tranquila caminando por algunas calles del barrio El Polo, en las que solo vi palomas, gente sacando a pasear a sus perros o bolsas de basura dejadas en los postes de luz.
También recuerdo avisos de tiendas con tipografías particulares, publicidad de candidatos a la alcaldía de Bogotá, señales de tránsito con advertencias que prohibían parquear, el tránsito de camiones o giros peligrosos.
No sentí afán en las calles cuando caminaba pero sí de los carros. Me acompañó en el recorrido Mónica quien me dio ánimo por los nuevos cambios que vienen y ella también me compartió sus agobios e incertidumbres. Hablamos sobre el azar que nos dio la suerte de conocer a Power Paola y de encontrarnos en un taller. Es un refugio llegar a un lugar con personas conectadas con lo autobiográfico.
La percepción que tuve de El Polo, es que estar brevemente en sus calles me hizo sentir viajando al pasado. La mayoría de sus casas han dejado su función residencial por la comercial. Muchas de ellas se ven como un eco de lo que alguna vez fueron, pues pasaron de lo doméstico a lo productivo. Lo mismo que ocurre en otros sectores de la ciudad.
Casas y calles nostálgicas en tránsito de cambios de uso o en vías de desaparición que les toca adaptarse o demolerse como a nosotros los humanos.